Poemas de la muerte

Entre la multitud, solté las manos tibias, las manos cercanas, las manos que me hacían compañía.

Descosido de las manos perdidas, me adentré en la desolación. En la multitud de tentáculos, busqué como un niño que anhela, pero no encontré manos que congraciaran con las mías.

Cuando ya tenía los brazos descolgados en señal de resignación, unas manos blancas, unas manos delgadas, unas manos frías acogieron mis manos gachas.

Llegaban a consolarme de la vida.

***

No sé qué día es hoy,

no sé si hará luna llena,

si menguará esta noche.

No sé si esta es mi vida,

o una que recogí de los escombros.

Sólo poseo una certeza:

es un gran día para inmolarme en el sol.

***

Testamento

No llores en mi tumba,

No me pidas perdón.

No floreceré.

No florecería.

Nunca viví fuera

de la literatura.

Jamás en el espacio

Jamás en el tiempo.

***

No hay amor que soporte

la decadencia del tiempo.

Piel que resista

la mirada de Dios.

Labios que eviten

la sonrisa de la calavera.

No hay amor, piel, ni labios.

En el tiempo

de Dios

los esqueletos se marchitan

hasta hacerse ceniza.

***

Viento,

despojas

la tumba

de flores.

Lápida,

el hastío

ha borrado

tu inscripción.

Cruz

marchita,

recuerdos

deteriorados.

¿Quién recordará

mi nombre

cuando nadie

lleve más rosas?

¿Quién recordará

mi alma

cuando mi vida

sea una novela

en blanco?

***

Hay un niño

que llora su juguete

perdido.

Hay un joven

que lamenta un amor

que se fue.

Hay un hombre

que sufre el tiempo

malgastado.

Toda la vida:

polvo en las manos,

bolsillos en silencio.

Hay un niño

que aun arrullado por la muerte

llora su juguete

perdido.

***

Llevamos heridas

como si nos hubiera oxidado el tiempo.

Llevamos arrugas

como si nos hubiera ajado la vida.

Llevamos nostalgias

como si hubiera bastado la juventud.

Llevamos alegrías

como si hubiera valido la pena vivir.

Y en una purificación del cuerpo

-que no del alma-

los bichos de la fosa

barren con heridas,

disipan arrugas,

evaporan nostalgias.

Y las alegrías

sirven para reverdecer

el prado,

en el que se posa el rocío, el sol,

y para hacer más bellas las flores

que a nadie deleitarán.

Solo queda una sonrisa

de hueso, sincera

que espanta

a niños, a ancianos.

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