I
¿Por qué latir significa, en primer lugar, ladrar, de manera aguda como los cachorros, después, temblar y, finalmente, el movimiento del corazón o de los vasos sanguíneos? ¿Qué había en el latido, en el sonido y el movimiento, que recordaba al sonido de un perro?
Latir, en latín, significa ladrar. Y ladrar, en griego, es dar alaridos, gritar. Viene de la misma raíz que hablar. El perro no nos habla, nos grita.
El que intuyó la semejanza con el corazón, notó que ambos sonidos eran discontinuos, interrumpidos por una breve pausa. En el órgano muscular equivale a la apertura y cerradura de las válvulas. Es lo que crea el ruido característico.
El ser humano nunca calla. Estar vivo es igual que sonar. Por eso los médicos acercan el oído al enfermo, para saber si todavía está vivo.
Antes que silencio, el hombre hace ruido. Es la manera que la naturaleza ha encontrado de avisarnos de la vida.
Que lo escuchen todos los místicos y todos los que alaban la mudez. ¡Hace ruido! aún sí ese ruido está oculto en el pecho o en la cabeza del otro.
En el fárrago del mundo, se esconde un sonido, pero más tenue, el del corazón humano. Se hace silencio para encontrarlo. Sólo por el silencio podemos buscarnos.
Después de los médicos, sólo al amor le es dado escuchar el corazón del otro. Sólo a la confianza, después de los abrazos, de los músculos distendidos, del éxtasis que los arroja al borde de la nada, sólo a ella le es permitido acercar el oído.
Escuchar el corazón es alegrarse de que el otro viva. Y alegrarse de la propia vida, capaz de sentir otra latiendo dentro de la suya.
¿Cuántos corazones me ha sido dado escuchar?
¿A cuántos pechos he acercado el oído para escuchar al pequeño animal que ladra al desconocido?
II
Corazón viene del sánscrito Hrid, que significa saltador. La palpitación es un salto. Un retraerse, un encogerse, antes de ascender. Fuerte, para expulsar la sangre. Desde adentro, para buscar lo alto. Pero son saltos cortos. Inútiles, si se quiere. Aunque incasables. Pequeños, de pájaro que aprende a volar con torpeza. O aún mejor, de ave cuyas alas no sirven para elevarse. ¿Cómo ven el cielo esas aves, cómo ven lo celeste que pasa y no los espera? Quien ha visto a un pájaro en una mañana de frío atareado en juntar ramitas, ha visto al pequeño, al diminuto saltador que nos mantiene vivos.

III
El corazón salta y ladra. Recuerda, sin cesar, a un animal pequeño, que no deja de hacer fiestas cuando alguien llega. Es un órgano de una simpleza y una complejidad que enternece. Bombea y expulsa la sangre, de 60 a 100 veces por minuto. En él, tanto el movimiento como el sonido están escondidos por el pecho.
Ocurren, como si no existieran. Existen, como si no ocurriera.
Al corazón se llega como los ciegos, esto es, sin usar los ojos, y confiando en lo que el tacto o el oído puedan decir.
Que las manos, sintiendo el latido, puedan decir que algo está vivo, es asombroso.
IV
¿Cómo explicar esa cualidad por la que una mujer es capaz de silenciarnos? El silencio nacido entre dos seres es una cercanía sostenida, paradójicamente, por la distancia. El vacío es un vínculo tan delicado, que no puede nombrarse sin romperse. Sólo puede decirse que es sensación y que es pura. ¿Quién querría darle un nombre, si al ser nada, lo es todo? El corazón se detiene para escuchar. Y no escucha, Siente. Qué hermosa es la soledad del hombre cuando ama. Y ese amor nos acalla. Hay una unión por la distancia.
Hay que decirlo para que no lo oigas. Hay que decirlo con la felicidad en vilo, en la madrugada:
De ti a mí, hay esta preciosa y discreta imposibilidad realizada.