Vuelo en sueños. El primer sueño que recuerdo fue en el año 2013; trabajaba cobrando impuestos en la alcaldía de El Carmen y me encargaron un proceso de legalización de unas viviendas. Para hacerlo debía ir al lugar con frecuencia, pero no podía entrar a ninguna de las casas. Un día soñé que entraba a una de ellas, entonces pensé que lo que estaba viendo era irreal, asumí que soñaba y para ponerlo a prueba me dije: si es un sueño, voy a ver a mi abuela. Al girarme vi a mi abuela, muerta en el 2009, bañándose en una poceta. Supe que soñaba y que podía decidir qué sucedía en el sueño, entonces decidí volar: salí a la calle, abrí las manos y al agitarlas me elevé. Desde ese día, todas las veces que me percato de que estoy soñando, detengo el sueño y comienzo a volar, la experiencia es increíble. He tenido sueños voladores unas cinco veces desde ese día.
Seguramente el producto de sueños semejantes fuera la inspiración de Mario Escobar Velásquez para su personaje Luis Eduardo en Toda esa gente. Se trata de un seminarista que sueña recurrentemente que es una gaviota. El sueño se le repite tanto y tan vívidamente que el personaje entiende que en realidad vive una doble vida, de día es seminarista y de noche gaviota en otro lugar del mundo. Su deseo de practicar el sueño lúcido, una obsesión de los orientales desde la antigüedad y que ha interesado a occidente desde el siglo XIX, lo obliga a renunciar al ministerio sacerdotal y acercarse, aunque de un modo discreto, a las prácticas budistas. Mario Escobar también estaba obsesionado con el vuelo y con la aventura que ha significado para los humanos el intento de volar. Escribió una crónica titulada Gentes y hechos de la aviación en Antioquia en la que habló de este deseo. De la literatura voladora también he sido asiduo: mi primera lectura, a los 7 años, fue Juan Salvador Gaviota.
Hombres y mujeres de todas las épocas miramos a las aves con una suerte de envidia. El vuelo nos seduce. A algunos la idea de volar los ha desvelado al punto de llevarlos a planear máquinas y fórmulas que lo permitan y a otros, como a Luis Eduardo y a mí, nos ha reconciliado con el sueño –e incluso nos ha curado del insomnio–, pues hemos encontrado en él la forma más directa de vivir la experiencia del vuelo. Volar, esa posibilidad que hoy se presenta tan sencilla, es una proeza tan gigante que me extraña el hecho de que estemos ya tan acostumbrados a los aviones que volar no nos obligue a llorar. El despegue y el aterrizaje son la parte traumática de esa forma de vuelo, pero una vez en las nubes algunos incluso pueden dormir –quizá sueñen que vuelan–. Yo miro por la ventana del avión siempre y trato de identificar sobre qué lugar de este país voy volando, tratando de distinguir algún pueblo, alguna ciudad, siempre conmovido de ver eso que las aves conocen tan bien.
Sin embargo, vuelo, lo que se llama realmente vuelo, es algo que siento que no he vivido sino en los sueños, pues el avión le quita a uno la sensación del viento, de las corrientes de aire ascendentes y descendentes, de la visión total del mundo. Hasta ahora no he volado, no del modo en que vuelan las aves, salvo en sueños. Hay formas de acercarse, existen el planeo en parapente, el vuelo al descubierto de las alas delta o el paseo en un ultraliviano. A pesar de que no me ha faltado la oportunidad y de que he estado en lugares donde se pueden alquilar unos minutos de vuelo, el miedo me ha detenido. Es posible que se deba a que tememos de un modo irresoluble a aquello que deseamos con todas las fuerzas.

Hace unos meses, por casualidad, encontré un video de alguien volando junto a unos gansos y tuve que llorar. Esa ave majestuosa que es el ganso en su vuelo apenas tiene que mover las alas, el cuerpo todo parece extasiado, sus contornos son perfectos. Es como si cada imperfección hubiera sido limada con destreza para que el fuselaje de su cuerpo no tuviera ni un solo perno fuera de sitio. Junto a aquellas aves perfectas hay un ser humano que al estirar las manos puede acariciarlas, ellas se dejan, no temen, pues el aire es su elemento y saben que allí están seguras para siempre.
El hombre se llama Christian Moullec, es piloto, tiene 60 años y es famoso por volar junto a los gansos desde 1995 cuando emprendió la tarea, que parecía imposible, de enseñarle una nueva ruta migratoria a los gansos pigmeos que volaban por el este de Europa, pues tenían muchas amenazas, para que mejor lo hicieran por el suroeste de Alemania, donde hay menos escopetas apuntando. Y lo logró. Supe que por seiscientos euros él y Paola, su esposa, pueden ponerlo a uno a volar en un ala delta con motor al lado de otras aves.
“Nosotras las aves” dijo por error Luis Eduardo, siendo el Hermano Teodoro todavía. Nosotras las aves, porque sabía que era ave en su realidad del sueño. El día que pueda volar junto a los gansos, es un propósito firme que tengo, también diré: nosotras las aves. Y con seguridad voy a llorar como lo hice al ver el video de Moullec. Voy a llorar como llora Nina Simone cuando en Montreux, en 1976, canta i wish i could be like a bird in the sky, how sweet it would be if i found i could fly en ese momento su voz se quiebra y la mano derecha suelta el piano, la extiende majestuosa y comienza a volar sobre el escenario oh I’d soar to the sun and look down upon the sea. Ella canta porque sabe cómo se siente ser libre. Se siente como volar.
