Apuntes de la distracción

A Valentina Tobón.

I

Nos tortura la certeza de la muerte. De tan cierta nos parece imposible.

El rompecabezas de la vida no está del todo completo sino hasta que se pone la ficha de la muerte, la ficha que lo desarma todo…

La piel es el órgano de la belleza.

La piel, envoltura de regalo.

La belleza física, triste purina de gusanos.

Los pies son el instrumento de la libertad, las manos de la voluntad.

Los ángeles, en los lagos, se reflejan como si fueran demonios.

La vida como imposibilidad: es tan fácil morir que pareciera imposible seguir con vida.

Vivir es la posibilidad de fracasar. Los muertos son los autorrealizados.

Los amores tímidos quieren imitar la sutileza de la luz de la luna.

Las verdades se inmolan una vez descubiertas.

Hacen falta seguidores para que cualquier idea se pervierta.

Hay personas tan tímidas que parecen la sombra de su propia sombra.

Hay palabras que son como semillas: germinan en las almas propicias.

El vuelo del alma es un viaje musical.

Somos motas de polvo que sueñan ser un universo.

Hay personas cuya presencia dulcifica y apacigua como la plácida sombra de los árboles.

Al perderse en el bosque, habría que silbar una canción. La canción delinearía el sendero de regreso.

Las estrellas, flores perdidas del paraíso.

Al oír música descubrimos que no hay paisaje imposible.

El paso del viento siempre deja puntos suspensivos…

El tesoro más valioso de todos: la dulzura de la fragilidad.

Hay alturas a las que solo nos lleva un instrumento musical.

La muerte, cierre del telón de la vida. Después de la muerte, debería haber más aplausos, menos lágrimas.

Un amor que no transmute es un amor estéril.

El alma es una caja de resonancia para la música.

Dante fue demasiado lejos para encontrar lo que ya había aquí.

A veces el viento parece traer palabras no pronunciadas de mundos olvidados.

El elixir de la eterna juventud es el baño en el instante.

Solo se puede ver pasar la vida aislándose un poco de ella.

Para algunos budistas, la experiencia no es más que la suciedad del alma que se adquiere con el paso del tiempo.

Abunda el conocimiento acerca de lo innecesario y peor aún, el de lo útil.

Las habladurías sobre uno son asunto exclusivo de los demás.

Envejecer no es siempre sinónimo de sabiduría, en ocasiones no es más que endurecimiento de prejuicios.

En caso de duda, hay que recordar la muerte o el amor, juntos las disipan todas.

Aunque no soportamos nuestras vidas, nos parece que la idea de eternidad es perfecta.

Lo cierto es, con frecuencia, aquello que no se ha examinado.

La humanidad «progresa» desenmascarándose a sí misma.

El pensamiento de la brevedad de la vida exige vivir para lo fundamental.

Un perdón que nazca desde la comprensión de lo desconcertante que somos. Un perdón que nazca desde la comprensión de que aquello decepcionante podría ocurrir.

La fragilidad lo grita: no se es del todo dueño de sí.

Los niños se avergüenzan a solas del mundo.

La máquina del tiempo, más que un instrumento físico, sería uno musical.

Hay momentos en que hace tanta falta el aire que más que respirar, quisiéramos volar.

En moral descriptiva, la negligencia es la gran virtud de la humanidad.

La ciudad solo ofrece la libertad de consumir o ser consumido: es tan solo un amplio centro comercial.

Los deseos se enredan entre sí como una multitud de serpientes…

Hace falta una eternidad para aprender a esperar.

Los recuerdos de lo vivido son tan reales como los recuerdos de lo soñado.

Hay pasados nuestros que sólo ocurrieron en canciones.

Nos parece que el pasado es predestinación; el futuro, posibilidad.

En presente, creemos tener la certeza de lo que queremos hacer. Mirando al pasado, tenemos la certeza de lo que no debimos hacer.

El obsesivo vive atrapado en la palabra tiempo.

Toda obra es el cumplimiento de un sueño.

Nadie escapa a la cárcel del deseo. Solo lamiendo la sal de sus paredes nos sentimos vertiginosamente libres.

Si pudiéramos oírlo todo, oiríamos —¿cómo no?— el gran alarido de un universo que se desgarra.

La angustia de la certeza de la muerte se combate con la alegría de la certeza del amor.

Somos semillas de esperanza condenadas a germinar casi siempre en decepción.

La decepción tiene mala prensa, pero es liberadora. Al arruinar nuestras expectativas, libera de supuestos y posibles correspondencias.

Hay alegrías impensadas en la pérdida de ciertas esperanzas.

Como los instrumentos musicales diseñados para reproducir cierto tipo de sonidos, hay almas que parecen hechas para reproducir, sobre todo, algunos sentimientos.

Ser capaces de reírse de la propia desgracia nos eleva más allá de la misma; la hace poca cosa.

No le hace falta sol a quien se conforma con el débil eco de la última estrella en el telón de la noche.

Un nihilismo tierno; una inocencia de derrotados y una alegría del caer, del perder.

La luz más bella —y más triste— de todas es la que brilla, cada vez más débil, en el recuerdo de los que se hunden en las zonas abisales de los infiernos.

Nunca hay puntos finales a cerca de nada…

II

Todo término en boga es, casi siempre, un término falsificado.

La tolerancia a la frustración define el carácter.

Refutación a Kierkegaard: no es la dignidad humana reconocida en los espantapájaros la que aleja a las aves, es precisamente el miedo que causa su indignidad.

Cuando una sola idea dirige una vida; no vive la persona, se vive la esclavitud de la idea.

Todas las relaciones humanas son tejidos del lenguaje.

Los malos líderes son sintomáticos de estupidez colectiva.

La Historia Universal del Fracaso Humano, esa tragicomedia de la que se ríe la frialdad del universo.

La curiosa distopía que, con frecuencia, se crea de camino a algunas utopías.

El mundo actual tiene algo del frenesí del infierno.

La opresión es la condición sine qua non de la jerarquía.

Tras la palabra verdad o razón se oculta, casi siempre, la palabra «sometimiento».

Hay cosas que siempre se han dicho, pero que nunca se han escuchado.

Las conclusiones se convierten al instante en conjeturas.

En presentes confusos, el futuro se torna más indeterminado que de costumbre.

El imperativo contemporáneo de la satisfacción de deseos esconde el imperativo de la satisfacción de deseos de consumo.

En la actualidad, somos productos puestos en vitrinas que alguien debería comprar.

Para darle aire de novedad a lo que siempre ha existido, basta con ponerle una nueva etiqueta, un nombre nuevo.

Oriente dice no Ego; Occidente dice más Ego. De ahí deriva que toda práctica oriental se malinterpreta en Occidente como una terapéutica para el ego enfermo y no como un abrazo al vacío que suprime la enfermedad del ego.

A menudo, Occidente hace uso de tradiciones ancestrales y autóctonas como si fuera un coleccionista de insectos.

En oriente, la meditación es vaciedad;occidente busca en ella esa poca cosa de la plenitud.

Sin metacrítica (crítica de la crítica) y autocrítica, toda crítica no es más que otro dogma vulgar.

¡Tantos sueños echados a perder! La historia es una necrópolis de los sueños.

De la tiranía de la continencia a la tiranía del placer: quien gozaba antes era pecador por gozar; ahora quien no goza es sospechoso de no disfrutar.

En historia, las mujeres cuentan la historia del sometimiento; los hombres cuentan la historia de la carne de cañón.

En la historia, lo que a media noche es revolución, a medio día es status quo.

Para el manipulado, su sometimiento es lo mejor que le puede ocurrir.

De aquello en que más se cree es aquello de lo cual sería más importante dudar.

Todo lo que se da por sentado, se entroniza; te vuelve su esclavo.

Hay una soberanía de sí consistente en evitar ser subyugado por las ideas…

A menudo el dogmatismo quiere disfrazarse de radicalismo.

El radicalismo es voluntarioso; el dogmatismo, ciego.

Del dogmático siempre sabemos qué esperar: su estrechez de miras.

Pacificar es, casi siempre, generar todavía más discordias.

Las luchas por la libertad terminan, a menudo, bajo un nuevo yugo.

Independencia: Cambio de yugo. Cambio de burocracia por una local.

Si siempre se «conversa» con personas que tienen nuestras mismas ideas, no se sostienen conversaciones; se monologa.

Habría que renunciar, por pura dignidad, a la idea de poseer «la verdad»: ¿cuántas víctimas habrá dejado la misma a lo largo de la historia?, ¿no será acaso esta la idea más asesina de todas? Quizás «verdad» sea la palabra más manchada de sangre.

Lo que se quiere presentar como nuevo históricamente, a menudo no es más que lo que se presenta sin «antecedentes».

Esa constante distopía de la cotidianeidad.

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