Todos los días salía de su casa, cuando la penumbra aún estaba intacta, para ir en búsqueda de su nave. Iba de bahía en bahía buscando a sus tripulantes, a los cuales, llevaría a cumplir la misión del día. Estos se identificaban con un movimiento de brazo secreto.
A pesar de que su nave estaba bien señalizada con punto de inicio y final del recorrido, no faltaba el tripulante despistado que le preguntaba al capitán: –¿Señor va para San Antonio de Prado?, a lo que muy amablemente él respondía: –No mijo, vamos para La Estrella.
El Capitán
