POEMA DE LA INUTILIDAD
No te inclinaste sobre el suelo a mirar
la golondrina muerta.
«Para qué»,
me habías dicho,
«si una golondrina muerta
no tiene ninguna utilidad».
Esa noche estuve de acuerdo:
no había para qué inclinarse sobre el suelo a mirar.
Pero ahora,
que hemos muerto varias veces
y nos escondemos detrás de las estrellas,
sabemos
que en las noches divinas
ninguno de nosotros
tenía ninguna utilidad,
y por eso éramos bellos.
RECUERDA ESTA SOLA VERDAD
A cada cual le toca
encontrar el camino de su casa.
Por muy lejana que esté su casa,
aunque no exista más la casa,
a este hecho cotidiano
que nadie le atribuya ninguna bondad.
De vez en cuando
arrojo mis llaves por una rendija cualquiera
o las olvido a propósito en un bar:
es un buen pretexto para dar otro rodeo
e importunar luego a mis vecinos.
Y a cada cual le corresponde, cada noche,
escoger a sus vecinos.
Pero, tú, insistes en seguirme agazapada
y en arañar los muros de mi casa
y en abatir a pedradas mis ventanas.
Desde que no te dejo entrar.
Mientras tanto,
¿no es tu casa la que se desmorona?
A cada cual le toca
encontrar el camino de su casa:
recuerda esta sola verdad.
POEMA DE DESPEDIDA
Nos levantamos con las palabras ásperas
y el gesto débil
a tiempo de que se recortara
contra el nochero
la primera luz:
era el año en que buscaba lamer un cuerpo
que no me resultara amargo.
Sin embargo, ese encuentro
era una otra última derrota.
Puse la lengua en su pezón ornamentado
para la despedida
–al menos de ese gusto
se iba a poder acordar–
y le pasé mi mano con una caricia tristísima.
Hace cuánto que nos despedimos,
apurando la promesa desganada
de volvernos a ver.
