ESA NOCHE TOCARON A LA PUERTA
Esa noche tocaron a la puerta. El reloj marcaba una hora en la que las visitas no eran comunes en aquel vecindario. Se puso de pie y se dirigió a la entrada. Cuando abrió la puerta un aire helado lo paralizó. La muerte había llegado a su casa.
—Don Rómulo buenas noches, me excuso por la hora en la que vengo a visitarlo, pero mi agenda ha estado bastante apretada estos días.
El rostro de Rómulo adoptó un color blanco yeso, sus piernas temblaban, no podía modular palabra alguna.
La muerte prosiguió con su recado.
—He venido porque tengo algo muy importante que decirle, ¿Puedo pasar?
Don Rómulo no pudo sostenerse más en pie, su cuerpo se extendió por completo sobre el piso.
—Don Rómulo, Don Rómulo, despierte señor. Dormir es para los vivos —Decía la muerte mientras lo sacudía.
Rómulo empezó a reincorporarse. No estaba en su casa, la oscuridad era la protagonista en ese nuevo lugar.
—¿Dónde estoy?, ¿Por qué hace tanto calor? —Preguntó Rómulo
—Don Rómulo, aquí no hacemos preguntas. Prepare su repertorio de penas, ahora sí es el momento de contarlas…para siempre.
LORENA

Lorena era la única compañía permanente de la abuela. Vivían juntas en una finquita de una de las veredas del municipio de Girardota.
Solía ser la primera en despertar en las mañanas, a eso de las 4:00 am. No se sabía muy bien qué era lo que la despertaba, pero cumplidita, comenzaba a llamar a la abuela:
—¡Amaaaa!, ¡Amaaaa!, ¡Amaaaa!
Al principio creíamos que Lorena despertaba a la abuela con sus gritos, pero nos dimos cuenta después, que ella se despertaba minutos antes y aguardaba en su cama, con serenidad, hasta que Lorena la llamaba. Una vez esto sucedía, ella se sentaba, se ponía sus alpargatas y se dirigía a la cocina para prepararse un tintico mientras hacia sus plegarias. Oraba a muchos santos, desde San Pedro hasta Pablo VI. Pedía por todo su árbol genealógico,
—Que los vivos estén aliviaditos y los muertos descansando en paz.
Con su tinto en mano, en el vaso de café de Colombia y un trozo de plátano para convidarle a Lorena, salía y se sentaba junto a ella, en su mecedora, para contemplar juntas la salida del sol.
Lorena era muy malgeniada y no le gustaban las visitas, cada vez que alguno iba a visitar a la abuela, le preguntaba una y otra vez:
—¡Amaaaa!, ¡Amaaaa! ¿Ellos se van a quedar acá?, ¿Ellos se van a quedar acá?
Y la abuela, no sé si para calmarla, o porque en verdad le gustaba su soledad junto a ella le respondía entre risas:
—No Lorenita.
Lorena y la abuela eran cómplices e inseparables. No sabemos dónde está ahora Lorena, pero la abuela sigue levantándose antes de las 4 AM todos los días.
5:00 AM

Una mañana de agosto con tonos azulados y rosas en el cielo, se mecía en su silla mientras miraba por la ventana. El té de jengibre ya estaba listo para servir.
Pensó por un instante si pararse de su asiento para ir a buscar una taza, pero estaba tan absorta mirando al cielo que no sintió el impulso.
Se escuchó una sirena, odiaba ese sonido. Las luces se veían rebotar en las paredes de las casas.
Sintió un nudo en el estómago, un nudo similar al que se siente cuando se tiene hambre o se está nervioso.
El cielo había sido perturbado por el ruido de una ambulancia. El olor a jengibre y panela llegó hasta su nariz. Las luces y el sonido de la ambulancia se habían ido para atormentar la vida de otros que también estuvieran contemplando el cielo.
Ya no se mecía en su silla, solo miraba por la ventana con los pies recogidos. Ya no era el mismo cielo, la tragedia ya había sido avistada.