También tengo miedo a los payasos. Aunque procuro evitar la interacción directa, verlos actuar me gusta. Sé que en esta pulsión entre el rechazo y la atracción hacia lo clown no estoy sola. El cine de terror ha sabido explotar este recurso y no son pocas las películas en las que el personaje que sostiene el cuchillo es un asesino vestido de payaso o un payaso actuando de asesino. A pesar de su efectismo en las películas de terror para acelerar el ritmo cardiaco y ser un éxito en taquilla, tengo la sospecha de que este género cinematográfico ha parasitado la estética clown sin preguntarse con genuino interés qué es lo que nos aterra de ella. Los payasos, por su parte, han asumido con compromiso una franca mudanza y han investigado desde su propio lenguaje escénico qué es el terror. El Clownjuro de Agité Teatro es un estudio sobre la condición transicional del payaso terrorífico al payaso aterrorizado. Esta torsión de la mirada no se da exclusivamente en el gesto apropiacionista que desplaza un guion cinematográfico a la dramaturgia, sino en un acto más simple y contundente: trayendo las cosas a la vida.
El universo material de los payasos cabe en una maleta. Cada uno desembala con sentida emoción su equipaje para instalarse en ese escenario que será su nueva casa. Las cosas que componen la realidad doméstica de cada payaso se presentan una a una como verdaderos tesoros del hogar. Entre preciadas mantas, pantuflas, almohadas, pijamas, televisores y somníferos, hay un objeto que resplandece sobre los demás: una muñeca de articulaciones rígidas y párpados móviles cuya voz reclama su emancipación escenográfica. Se le escucha decir con insistencia «recuerda que morirás» mientras performa una disputa de poderes con su potentada payasa a quien quiere suplantar, y que, estremecida de espanto, le pide guardar silencio y conciliar el sueño. Lo aterrador en la muñeca —posesión poseída— no es su conquista de la capacidad del habla, ni su voz espectral o su agencia en el escenario, sino la certeza de que lo dicho por este objeto estático está al margen del control humano. Si bien la muñeca no es el epicentro de El Clownjuro, en ella se tipifica el miedo vivido cuando lo material interpela y cuestiona nuestra mortalidad. Cada memento mori pronunciado en escena es un recordatorio de que nuestras pertenencias fungen de testigos perennes y son memoria del diario trasegar, narrando una historia otra por la cual seremos recordados sin haberla conocido.