Como una pájara arisca
Sobre mi sombra la sombra tuya es como una pájara arisca que erosiona el árbol para poner su nido y abandona el nido y yo guardo la tristeza pausada del árbol al que se le ahueca el tronco que es sombra que enfría pero que no se toca no se agarra no se arranca como una pájara arisca en su vuelo de ángulos profundos –silenciosos se mueren los árboles de tener el duramen carcomido donde al final no hubo nido donde se pudrieron estériles nidos tejidos de luz de malva– pero la robustez erguida de los árboles no la tengo no está en mi alma no la encuentro en mi palabra Sobre mi sombra la sombra tuya es como una pájara arisca y yo insistentemente guardo la tristeza pausada del árbol al que se le ahueca el tronco.

Contingencia
Cuando nos vengamos a menos, dijiste, los perros van a ladrar al unísono y las campanas sonarán revelando impúdicas sus grietas y una ventisca apagará todas las velas de nuestra habitación Pero cuando por fin nos vinimos a menos –qué fue lo que pasó– la noche permaneció silenciosa y las campanas sonaron iguales a sí mismas, cada hora, y no tiritó si quiera la llama de la más lánguida vela Lo único que nos dolió del mundo fue su indiferencia Lo único que nos dolió, querida, del mundo Lo único que nos dolió.

En la habitación vecina
Oigo cómo, en la habitación vecina, se pone unos atavíos fúnebres cuando cae sobre sus hombros, el chal suena como el vuelo de un ave demasiado pesada para ese vuelo Qué podría decirle yo, ahora, con palabras igualmente fúnebres que no es a mí, por cierto, al que la muerte se le viene metiendo por la boca Qué otra cosa que desde que se convirtió en fantasma me interrumpe los sueños Pero aunque le dijera de la muerte y de los sueños nada podría escuchar, porque no quiere aunque le dijera del cuerpo que me arrebató un día de su juventud, y que aún me dejó la herida, nada podría escuchar En la habitación vecina se quita y se pone esos atavíos cada noche Una noche ya no la voy a escuchar.
