Suerte

—Buenas, ¿cómo va todo?, saludó a su chancera regular de la calle Junín.

—Bien gracias a Dios.

—¡Sí!, todo está muy tranquilo.

—Sí… sí, replicó la chancera acostumbrada a los monólogos mecánicos de sus clientes.     

—Hágame hoy el 3921, el 1744, el 9112….

—¿Cuánto?

—Quinientos a cada uno.

—Ok. Apenas van tres….

—Sí, sí, ahí vamos, dice con toda naturalidad. Hágame el 7512, el 8808…

El futuro que jugaba cada semana no sólo era el suyo. A su espalda, el hijo menor de cuatro años se impacienta ante la pérdida de la atención de su madre. El niño le hala vanamente el ancho y colorido pantalón que lleva puesto, pero su insistente mano es detenida firmemente por otra. El ritual ya es parte de la familia y la hermana mayor lo celebra. Su mano fue detenida hace años con más violencia, cuando intentó impedir esos rituales en que se intercambia la vida por el dinero anhelado. La hermana ya conoce el dolor de lo que no se puede cambiar y por eso se interpone tierna y sumisa entre él y la madre, tratando de romper la cadena de violencia. Otra será la época en que pueda rebelarse ante el abuso del poder. Mientras tanto debe tragar silenciosa su propio lamento e imponer ella misma el tabú, protegiendo a su hermano inocente del terror del mandato materno. Entregándose a la suerte la madre juega a ganar aquello que el azar de la vida le arrebató. La alquimia del amor perdido con el odio envenenado impide que cicatrice la herida que dejó la guerra al llevarse su amor. El dolor que aún no pasa la condena a vivir el despojo del futuro de aquellos que ama y en las manos de lo incierto asiste a la asfixiante clausura del tiempo.

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