Romance

Ángel, se llama Ángel. Por un momento creí que me engañaba cuando me dijo su nombre o que me decía que yo era un ángel por haberle dado dinero. Me confundí. Pero luego entendí que se presentaba. Ángel.

Estaba tocando un cuatro venezolano y cantando música llanera. Me acerqué y le dejé unas monedas que me sobraban, pero en vez de continuar caminando me recosté a su lado para escucharlo un rato más. Terminó de cantar y le pregunté “¿toda la música llanera está hecha de octosílabos?”, sonriendo me dijo “No sé, pero le entendí la pregunta”, y comenzó a contar con los dedos: “yo-vi-de-una-gar-za-mo-ra, ocho. Dan-do-le-com-ba-te-un-rio, ocho” entonces concluyó que seguro con todas las de Simón Díaz daba. Volvió a tocar su cuatro mientras contaba que la tonada era como una muchacha virgen, que no se puede tocar ni muy aquí, ni muy allá; que era para hablar de la naturaleza y los animales, del trabajo del campo y de la tristeza llanera. Empezó a tocar La pena del becerrero y cuando la terminó se río “tiene ocho también, becerrero, becerrero”.

Se me escapó como un suspiro la pregunta de si en los romances había hemiquistos tetrasílabos y no pensé que fuera a oírlo, pero tenía buen oído. Mi pregunta no tenía sentido, pero él me preguntó qué era un hemiquisto y le dije que era como partir el verso por la mitad, entonces respondió “yo no sé si es lo que usted dice, pero si son de ocho, pueden ser de cuatro” contra una lógica infalible no hay que discutir. Como me quedé callado preguntó qué era un romance. “Es una forma de poema español del siglo quince, de ocho sílabas, es como para hablar de cosas épicas, de héroes, de la naturaleza poderosa”. Cogió el cuatro y mientras lo rasgueaba sin fuerza respondió “Entonces sí, el joropo es un romance” y atacó con furia al instrumento para tocar algo que ya no puedo recordar.

Pensé que este hombre era un ángel por alguna razón. Terminó la canción y me dijo “¿lo vio?, también era de ocho. Mucho gusto, Ángel” yo lo miré con terror “¿Y usted?”, entonces entendí que estaba confundido. “Ah, yo. Me llamo José Dávalos”. “Tiene cara de saber de poesía”. “Leer mucho lo daña a uno”. Nos reímos y luego le conté que la estructura del romance la encontraba uno por toda América Latina, que José Hernández tenía el Martín Fierro y le mostré la primera estrofa; no tardó nada en cantar como un joropo la letra del poema y recordando que Cafrune lo cantaba en tono de milonga pensé que la milonga también es un joropo y que todo es un romance español.

Comenzó a cantar El alcaraván y un mendigo borracho se acercó a nosotros mientras gritaba “Carmentea, Carmentea”, pero Ángel no lo escuchó, siguió extasiado en lo suyo y yo pensé que este hombre de verdad estaba enamorado de la música. El mendigo se quedó en silencio escuchándolo. Al terminar saqué un billete y se lo puse en el sombrero, me despedí diciéndole “Ahí ya tiene la clave, son ocho sílabas”, me miró con complicidad “Esto de pronto y me sirve para volver a componer, gracias”. El mendigo sacó de su bolsillo las monedas y se le cayeron todas al piso. Al terminar de recogerlas yo ya estaba a veinte metros o un poco más, separó dos monedas y se las entregó a Ángel en la mano, pero Ángel no quería recibirlas. El borracho insistió “es con todo respeto, yo quiero que me cante Caballo Viejo”, Ángel agradeció mientras su cuatro ya gritaba “Cuando el amor llega así de esta manera” y con los dedos conté doce sílabas, pero no le quise decir que a lo mejor también había versos alejandrinos en el llano.

Mientras caminaba traté de recordar algún romance que hablara de un mendigo que hiciera caridad con lo poco que tenía y no recordé ninguno. Me propuse llegar a mi casa y buscar el romancero para rastrear alguna historia así, pero antes de llegar se me vino a la mente el evangelio de Lucas, la viuda de las monedas, conté con los dedos “la-viu-da-de-las-mo-ne-das” y pensé que quizá la Biblia toda era un romancero. Y que la vida no era más que una serie de pequeñas historias épicas, míticas, heroicas, que iban y venían repitiéndose sin cesar, quizá casi todas narrables en versos de ocho sílabas y me avergoncé de ser, en este romance, el rico que solo dio las monedas que le sobraban.

Ilustración: Angie López

4 comentarios sobre “Romance

  1. Considero que el único párrafo de poca fuerza es inicial. Tal vez es innecesariamente repetitivo. Otra dificultad es la ubicación espacial, ¿dónde sucede como para recostársele al cantor?
    De resto, es un muy buen texto, fluido y ameno. El final es espectacular. Buen trabajo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Nelson. El asunto de la ubicación es deliberado, decidí no decir dónde están porque no me parecía necesario. En cuanto al primer párrafo es posible que sí tenga poca fuerza, lo voy a considerar.

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