Por Wilson Pérez Uribe.
Son numerosas las referencias que poseemos alrededor de la figura del novelista francés, Gustave Flaubert. Su obra, Madame Bovary (1856), representa el punto de quiebre entre la escritura como apasionada inspiración y como arte que se construye en los talleres del esfuerzo. El interés de lectura y análisis de la obra no es solo por las particularidades de la época o la caracterización de los personajes de la obra, sino que está más cercano al proceso de escritura que desplegó Flaubert en Madame Bovary.
Resulta interesante reconocer y comprender la labor de escritura que el autor, como artista creador, lleva a cabo. Roland Barthes (2009) la define, en el caso de Flaubert, como un duro trabajo de estilo, transido por la fatiga de las correcciones y los horarios desmesurados para obtener un ínfimo rendimiento. Teniendo en cuenta la revisión de algunos de los manuscritos de la obra y el capítulo VIII de la primera parte, asimismo los planteamientos de la genética textual y de algunos textos, donde se incluyen las cartas que escribió Flaubert, se ha de entender la escritura no como una creación automática y libre, sino como un trabajo de manufactura, muy cercano a los procedimientos de la ciencia, lo cual sitúa al autor en la línea de lingüista y no de retórico.
Madame Bovary como plan
Madame Bovary surge del desencanto, de la desilusión fruto del fracaso. Septiembre de 1849: Flaubert convocó a su casa a sus amigos Maxime de Campo y Louis Bouilhet con la intención de leerles un manuscrito que había comenzado en 1848. Se trataba de la primera Tentation de Saint Antoine, obra sugerida por un cuadro de Brueghel. Luego de la lectura del manuscrito, los amigos concluyeron que la obra era una total decepción. Mario Vargas Llosa (2006) anota el dictamen de los amigos de esta manera: «nuestra opinión es que debes echarlo al fuego y no volver a hablar jamás de eso» (p. 63). Esta obra abundaba en un cúmulo de metáforas, hay un abuso de la facilidad y grandes descuidos en la estructura. «Flaubert comienza a ser un gran creador cuando reacciona contra esa propensión lírica, sentimental y romántica que domina sus primeros escritos» (p. 65).
Ante la mirada negativa de la Tentation, Flaubert procura no cometer los errores de esa obra en su nuevo proyecto. El rigor se convierte en virtud y el esfuerzo en método. El inicio de Madame Bovary, como lo anota Vargas Llosa en su libro, La orgía perpetua (1975), data de la noche del viernes 19 de septiembre de 1851 y fue terminada el 30 de abril de 1856: cuatro años, siete meses y once días. La creación de la obra tuvo una fase de documentación, que incluyó viajes, lecturas minuciosas, consultas y verificaciones. Su trabajo consistía en releer los viejos libros que gustaron a él y a sus hermanos en su infancia para describir las lecturas que hizo Emma de niña. Asistió a eventos de exposición agrícola para escribir, por ejemplo, el capítulo VIII de la segunda parte. Visitó y describió arduamente los lugares que serían escenarios en sus novelas. Sin embargo, el trabajo previo no consistía solo en viajar o en leer documentos varios, también elaboró planos generales de la obra, caracterización de personajes, tiempos y espacios, describió los puntos clave de su obra, argumentos principales y división de capítulos. En las imágenes 1 y 2 podemos observar las anotaciones al borde del texto donde se describen los escenarios donde la situación tiene lugar. Algunas tachaduras revelan inconformidades y algunas partes, encerradas en círculo y en corchetes, refieren anotaciones claves para el desarrollo posterior. En una carta fechada el viernes 26 de agosto de 1853, dirigida a Louise Colet, Flaubert escribe: «Amo las obras en que se siente el sudor, aquéllas en las que se ven los músculos a través de la línea y que caminas descalzo» (2005 p. 59). Esta afirmación nos confirma el arduo trabajo que ejercía el autor para consolidar los primeros apartes de su obra: búsqueda incesante de una base sobre la cual escribir, soportes para que sus ideas no se perdieran, luces que confirmaran o destruyeran la génesis de una idea.


Madame Bovary: el arte de la corrección
Si el trabajo preliminar de Flaubertfue arduo, no mucho menos fue la concepción, paso a paso, de la obra en su totalidad. El autor es ahora un artista que moldea y talla con sumo cuidado su creación. No hablamos de métodos de escritura sino de una lucha constante por la búsqueda de la perfección en el estilo: la palabra justa, la armonía de la frase, el diálogo ajustado al argumento, la descripción detallada de los eventos. Para Flaubert escribir es una manera especial de vivir, a lo cual anota Roland Barthes (2009): «Esta superioridad certificada –o pagada- por el sacrificio mismo de una vida, modifica las concepciones tradicionales del escribir considerado tradicionalmente como la vestimenta última (el ornamento) de las ideas y de las pasiones» (p. 193). Entendemos, así, que la escritura flaubertiana es un alejamiento en búsqueda de una quimera oculta en el lenguaje mismo, no es esta una separación entre el crear y el pensar, sino que ambos estados son vinculados en una forma específica sobre la cual se trabaja.
Observamos en las imágenes 3 y 4 la minuciosa labor de corrección que Flaubert llevó a cabo en la escritura de Madame Bovary. Los tachones refieren inconformidades, detalles adicionales que deben agregarse. Si en la imagen 3 las correcciones abundan, en la otra, particularmente, son escasas. Pensamos, entonces, que esta falta de linealidad en la corrección no se debe a la conformidad, sino al lento proceso de creación, un proceso de ensimismamiento, de lucha contra la lengua, contra sí mismo. Escribe Flaubert en una de sus cartas, citado por Barthes: «cuatro páginas por semana, cinco días para una página, dos días para la búsqueda de dos líneas» (2009, p. 191-192). Y en una carta a Louise Colet, expresa: «¡Cómo me fastidia mi Bovary! Sin embargo, voy teniendo más claridad. «Nunca en la vida escribí algo más difícil que lo que hago ahora, el diálogo trivial» (2012, p.36). El proyecto de Madame Bovary reafirmaba la vocación de escritor poniéndola contra los límites del arte, considerando este último como algo que debe manipularse para lograr la forma acabada, libre de todas las leyes que impone el autor. A propósito, Francisco Cruz anota (2015): «La vocación literaria, como pasión extrema, exige la anulación de la propia vida: el aislamiento despiadado, el asco propio de la lucidez y el peligro inminente del extravío» (p. 51). Tras las ideas planteadas anteriormente, podemos referir, teniendo en cuenta la imagen 5, que la corrección, parte insustituible del acto de la escritura, y de la consideración de la novela como un artefacto que debe ser construido y re-construido, es el medio por el cual se acerca el campo narrativo a la finura de la palabra poética. Es por ello que la frase es el núcleo del trabajo en Flaubert en la búsqueda incesante de un estilo perfecto. «En su prosa, esta se convierte en el centro de gravedad de la escritura» (Cruz León, 2015, p. 53). La novela se acerca a la poesía, no en la consideración básica de algunos vocablos, sino en lo artesanal de la frase como cosa que debe ser trabajada con el rigor métrico y sintético del verso.



Madame Bovary y el camino hacia una versión final
Roland Barthes (2009) ha observado que la escritura, ubicada en el centro de la problemática literaria, es, de manera esencial, la moral de la forma, es decir, la elección social a partir de la cual el escritor sitúa la naturaleza de su lenguaje. No significa que esta elección del escritor esté en la decisión de hacer extensiva la literatura en términos de recepción institucional, es, más bien, el modo que elige el escritor para pensar la literatura. En Flaubert esta idea la vemos en sus métodos de trabajo, descritos por Mario Vargas Llosa (2006) de la siguiente manera: el primer paso consiste en trazar un plan de la obra. Los materiales que acompañan a la definición de los personajes y situaciones anecdóticas, a la elaboración del argumento, son, en un principio, la base de escritura en Flaubert. Para ello se vale, como se mencionó en el primer apartado de este texto, además de lecturas previas, de la elaboración de cuadros donde estén esbozados los capítulos y los temas de la obra. Lo anterior nos permite pensar que al disponer de un plan detallado no había lugar para ejercer una escritura espontánea.
Escribe Vargas Llosa (2006) que el gran aporte de Flaubert a la novela « (…) es al mismo tiempo técnico, tiene que ver con el uso de la palabra como con la distribución de los materiales narrativos» (p. 84). En el capítulo VIII de la primera parte de Madame Bovary, podemos observar la elaboración meticulosa de la cena que se ofrecería en honor al posicionamiento del marqués. En esa escena vemos la representación de la sociedad francesa de aquella época, tanto en los modos de vestir, de comer y de bailar. Esto nos permite considerar que la frase meticulosamente construida, obedecía a una obsesión por la recursividad en el lenguaje, no tanto en el número de palabras utilizadas para describir una situación, sino en la puesta a prueba de la frase con el oído. «Por eso cuando una frase le parece más o menos concluida la lee en voz alta, la interpreta, subiendo mucho el tono, paseando por la habitación y gesticulando como un actor» (Vargas Llosa, 2006, p. 85). Las palabras no eran las adecuadas si la frase no era envolvente, sobrecogedora y melodiosa.
El tiempo de escritura de Madame Bovary se desenvolvió en el ordenamiento de los elementos que integran la historia. Flaubert, al tener un manuscrito ya lo suficientemente acabado, se lo envía a su amigo Du Camp, sin antes hacer correcciones sueltas que consistían en algunas supresiones. Vemos en las imágenes 5 y 6 la limpieza de la obra acabada, no sin advertir una corrección, lo que nos permite afirmar, junto a Vargas Llosa, que aún en las ediciones que precedieron a la primera de 1856, hubo numerosos ajustes. «(…) el perfeccionismo Flaubertiano, es, en cierto modo, una operación infinita» (2006, p. 87).
¿Qué representación se desata al observar los manuscritos con sus múltiples agregados, notas al margen, y luego los folios limpios, con pocas alteraciones? La respuesta tiene varias aristas, entre ellas podemos decir que el proceso de creación de Madame Bovary cruza entre el esfuerzo, la disciplina y la creatividad por la preparación de un plan, de un camino firme donde el autor pondrá en juego sus grandes obsesiones y la lectura, tanto racional como emocional, de su época y de su lugar como artista en la sociedad francesa del siglo XIX. Otra representación que advertimos, ante la pregunta que nos planteamos, es que la escritura no es un fin último, sino un medio cercano a los procedimientos de la ciencia donde se da forma a un objeto –la obra- y se consideran los valores de verdad del mismo de acuerdo a la novela decimonónica que se aproxima a la historiografía documental y al relato de la ciencia de la naturaleza (Cruz León, 2015).

Telón
Se ha procurado dar cuenta del proceso de escritura que Gustave Flaubert llevó a cabo en su obra Madame Bovary, reconociendo el acto creativo no como un fruto espontáneo sino como un constructo diseñado para dar forma a la obra de arte. Observamos que la obra nació del fracaso de la Tentation, y que Flaubert se recuperaría al buscar, en su actividad creativa, un estilo perfecto donde él estuviera lo más desdibujado posible. Fueron la originalidad de los detalles en la preparación de los manuscritos, los métodos rigurosos de trabajo, la consideración obsesiva por una escritura pulida y la completa armonía de la frase, algunos elementos que nos han permitido concluir que la escritura en Flaubert no solo es un proyecto de artista, sino, además, representa el lugar donde el acto de escribir es un campo de tensiones que solamente podrá ser superado con la escritura misma.
La escritura, como la lectura, es un viaje, pero en la construcción de Madame Bovary observamos que ese viaje es interior: se re-descubren las posibilidades creativas del ser humano, la inteligencia es puesta a prueba sin descanso, las emociones ceden a la razón, y el mundo literario se complejiza en el oficio de la mirada que todo lo quiere observar, que todo lo quiere comprender. Sin embargo, esta escritura es alejamiento del propio yo. El destino de la página es que la figura del autor no sea visible. Vale recordar esta anotación que hace la filósofa y poeta Chantal Maillard (2010) al respecto:
Siempre que vuelvo a la página que me dice, es para reencontrarme. O tal vez sea para soltarme de mí, sí, más bien para soltarme, para echarme de mí, para dejarme a solas y sin lastre. Porque me ocupo de mí en la página, me ocupo de mí y es a modo de exorcismo que me digo, para no estar tan llena de mí, para no ahogarme en mí. (p. 240).
La obra de Flaubert representa, en estos términos, la forma de un lienzo del cual el autor tiene plena consciencia: conoce cada trazo, cada variación, cada tono. Nada se ha escapado de sus manos, y su figura es la niebla humana que se disipa frente al caos del proceso creativo. Su figura se diluye frente al tiempo invertido en colorear un estilo perfecto, dolorosamente logrado, en la voz de un manojo de personajes. Al final, la obra acabada es pura naturalidad, ¡qué paradoja!
Bibliografía
Barthes, R. (2009) El grado cero de la escritura. México: Siglo XXI Editores.
Cruz León, F. (2015) El culto de la forma en la literatura de Flaubert. Revista Co-herencia, Vol. 12, No. 22 Ene. – Jun., 41-57.
Gustave, F. (2005) Cartas a Louise Colet. Gustave Flaubert. Revista Universidad de Antioquia (Medellín), No. 0280, Abr. – Jun., 41-61.
_________ (2012) Cartas a Flaubert a Madame Colet. Revista Universidad de Antioquia (Medellín), No. 0307, Ene. – Mar., 26-37.
Vargas Llosa, M. (2006) La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary. Madrid: Alfaguara.