Por Daniel Santa Isaza*
¡Me canso!
La vida me pesa
en el tajo imperfecto de la carne.
Cuando en el tránsito vano de las horas
cegado por gemidos y flaqueza
perece el ruego, la ilusión claudica,
no los fuegos veo ya
sino las sombras.
Me quema el tiempo también
y el estallido de la sangre
es un tambor de honda pesadumbre.
¡Ah! Débil pavesa la vida
y pronta morada la muerte.
Me hiere la lluvia tenaz
y los truenos suspenden
breves instantes de luz por toda la tierra.
Sé que en noches eternas
de repetido yerro
la cruda medida de Dios
es bálsamo colmado de favores
y rugoso callado sin verdugo.
¿Qué soy entonces?
Grito de pavura en el ocaso,
arrullo pasajero del desaliento,
tibia región del olvido
donde se trenza el dolor.
Cuando en el hondo terror de una tinaja
presa del vacío una gota rueda
hallo la sed por breve centelleo saciada.
Pero la noche me descuaja
con el gozo falsario del pecado
que en un segundo muere;
relámpago de un soplo apagado,
gris brevedad del infortunio.
Entonces me pesa la vida.