Decir que hay una gran falsedad en el estudiar es una forma inquietante de iniciar una clase y justo es esta la forma en que iniciaba su curso de metafísica el maestro José Ortega y Gasset. Solo alguien como él puede arriesgarse a sugerir a sus alumnos que lo que harán durante su curso no es más que una falsedad y sin embargo, aunque al principio sugiere que una respuesta puede ser la de abandonar el aula a toda velocidad, al final recomienda no hacerlo, propone insistir en la mentira pero matizarla, aceptar como un reto de la pedagogía el hecho de que no hay una necesidad original de aprender nada para la mayoría de los estudiantes sino una necesidad externa, una imposición o una necesidad mediada por otras necesidades relativas a la subsistencia. La solución que ofrece no resuelve la falsedad, pero ayuda a que podamos avanzar a pesar de ella: “es preciso volver del revés la enseñanza y decir: enseñar no es, primaria y fundamentalmente, sino enseñar la necesidad de una ciencia”.
A modo de resumen, en la primera sesión de sus lecciones de metafísica dice que quienes han necesitado verdaderamente un conocimiento lo han creado, han dedicado a ese aprendizaje toda su energía vital y han resuelto problemas inéditos, problemas que muchas veces ni siquiera han sido sentidos por otros. En cambio quienes intentan aprender ese conocimiento, la mayoría de las veces no tienen una necesidad verdadera de él. Así lo único que hacen los estudiantes es llenarse de conocimientos vacíos que no reportan el menor interés para ellos mismos.
Y aunque Ortega acierta al descubrir la falsedad, su visión pesimista le hace ver con desconfianza la curiosidad y generalizar sin rigor el carácter de los estudiantes al suponer que solo excepcionalmente se presentan casos de estudiantes verdaderamente necesitados de un saber. Tampoco se pregunta de dónde viene el no necesitar un conocimiento.
Yo siento que en cuanto a eso tiene más tino la poesía. Rilke dice que “Sólo sabemos lo que hay afuera por la cara del animal, /pues ya desde el principio volteamos al niño /y lo forzamos a que vea de espaldas la creación, /no lo abierto, que en la mirada animal es tan profundo”. La respuesta, me aventuro, reside en afirmar que no es excepcional: todo niño necesita verdaderamente conocer cosas, mira al mundo con ojos dispuestos y vivos y la educación –en la casa y en la escuela– lo que hace es alejarlo de esa necesidad. Alexandre Dumas (hijo) también insiste en esto, cuando afirma que no llega a comprender “Por qué, siendo los niños tan inteligentes, los adultos son tan tontos”, para agregar como sentencia“Debe ser fruto de la educación”.

Y sin embargo no toda la educación es castrante. Jane Goodall, la mujer que desentrañó las relaciones sociales de los chimpancés y que descubrió que había animales, además del hombre, que usaban herramientas, resulta ser un interesante ejemplo de una mente científica al margen de la educación formal, pues no pasó nunca por una universidad. Su experiencia es reveladora: a los cuatro años preguntó por dónde salían los huevos de las gallinas y ante las respuestas evasivas e insatisfactorias de los adultos, se metió en un gallinero. Tras regresar y explicarle a su madre la forma correcta en que las gallinas ponían sus huevos, no fue reprendida por desaparecer durante cuatro horas, sino al contrario, su descubrimiento fue apoyado entusiastamente por su madre. Ella fija allí el origen de su interés científico y dice que aunque todos los niños gozan de esa curiosidad original, la mayoría son reprendidos por hacerlo.
Finalmente, sugiero actualizar la fórmula de Ortega y Gasset en este sentido: afirmar no tanto que la educación debe encargarse de enseñar la necesidad de un saber, sino más bien que el papel de la educación debe ser el de revivir y alentar esa curiosidad original que todos sentimos antes de que nos obligaran a no hacernos las preguntas correctas sobre el mundo. Correctas, insisto, porque si se las escucha con cuidado, de cada pregunta hecha por un niño no puede decirse sino eso. Quizá, consista, principalmente, en que los maestros aprendan de los niños el bello arte de preguntar.
CODA:
Una de las personas que mejor lo ha entendido y planteado es Martha Nusbaumm en su ensayo Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. En donde insiste en la necesidad de hablar hoy sobre la educación, sobre todo la que se da en los primeros años a los niños. Pues a pesar de tanta actualidad que nos atropella y aturde, hay asuntos sobre los que vale la pena volver una y otra vez, aunque no estén en la parrilla del noticiero, ni sean el escándalo de moda. Quizá preguntarnos por estas cosas nos ayude a entender mejor las más inmediatas o al menos nos de luces para ver dónde es que el camino se ha torcido. Nunca está de más reincidir en el tema de la educación y sobre todo preguntarnos si los modelos actuales son los responsables de la insensatez de los adultos que gobiernan el mundo. Allí Nusbaumm sugiere echar un vistazo a escuelas en las que se ha incluido con mayor fuerza la formación en música, teatro y danza, y donde no solo los niños aprenden lo que las pruebas estandarizadas quieren que aprendan sino que también aprenden a sentir empatía, y adquieren un sentido crítico y una curiosidad superiores a las de niños formados en escuelas que solo se dedican a embutir información.